Si pudiéramos trazar un paralelo, Tarantino nos introduce en las estructuras del género épico, y Almodóvar en las del género dramático, tanto trágico cuanto cómico.
Sus películas nos sumergen en mundos más íntimos en los que los personajes se debaten en conflictos familiares, endógenos, pueblerinos, o de grandes ciudades, en los que el dolor sucede entre cuatro paredes, quizás debido también al acentuado realismo y costumbrismo característicos del relato español.
Pero,del mismo modo que Tarantino, su forma de narrar y sus personajes nos alejan definitivamente de la moral burguesa.
La inclinación por lo bizarro, lo transgresor, lo prohibido y silenciado signa toda la producción de Almodóvar, tanto en sus comedias cuanto en sus películas más sórdidas.
Todos sus personajes están al margen, todos sus protagonistas han sido violados, agraviados, asesinados o cuestionados.
Almodóvar elige mostrar y transformar en protagonistas a esa porción de la sociedad que nunca hubiéramos elegido escuchar.
Cuando en “Todo sobre mi madre”, La Agrado, una travesti entrañable, quiere contar su historia en el escenario, para hacer tiempo porque no se puede representar “Un tranvía llamado deseo”, el público se levanta indignado, y se retira. Esas historias no interesan a nadie.
Es quizás en “La piel que habito” que Almodóvar alcanza el mayor nivel de complejidad y profundidad de relato y composición de personajes.
La primera toma de la película nos muestra a Vera, la protagonista, en una extraña y bella postura de yoga.
Nuevamente, entramos al relato por el lugar menos esperable.
¿Quién es Vera?
Reconocemos los vestigios del mito griego de Prometeo, la influencia de “Frankenstein” de Mary Shelley y toda una línea de pensamiento acerca de la temática del avance científico, el atropello a las leyes de la naturaleza, el avance de la genética, y otros dilemas de la sociedad actual.
Pero, nuevamente, ¿Quién es Vera?
Es interesante ver que esta narración tiene tres voces diferentes: el narrador omnisciente, el sueño del Doctor Robert Ledgard y el sueño de Vera que nunca comprenderemos hasta que descubramos que Vera es Vicente.
Esta es una historia de víctimas y victimarios. Tanto Vicente cuanto el Doctor Ledgard son víctimas y victimarios de sus propias acciones.
A la manera del sino trágico de Esquilo, el médico desde su nacimiento es víctima del linaje maldito. Ya Marisa Paredes, su madre en la ficción, lo expresa claramente: “He llevado siempre la locura en mis entrañas”.
Nace, vive, ama, tortura, mata y muere bajo el mismo sino del horror: ni su madre, ni su esposa, ni su hija, ni él mismo, ni Vera se pueden sustraer a este designio.
Pero Vera ha sido Vicente, y como tal, ha violentado a la hija del doctor, ingresando involuntariamente a este mundo de horror y tortura.
El mundo real, burgués, pueblerino, desaparece en el mismo instante en que Vicente, por hamartía, violenta a una chica enferma psiquiátrica, se equivoca y huye. O eso cree. Ya nada detendrá la tragedia.
Como en el surrealismo, la realidad aparente se abre a lo siniestro, a ese reino de lo impredecible e inconsciente. No por casualidad, dos fragmentos del relato son sueños.
Toda la película desovilla la historia, sobre un hilo que se tensa desde su existencia de un joven de pueblo, Vicente, hasta su inconcebible devenir en “Vera”.
Luego de muertes, asesinatos, torturas, violaciones, el mundo se restablece y a la manera shakespereana, Vera escapa por fin del infierno, vuelve al pueblo y apenas podrá balbucear en el negocio de su madre a Cristina, la empleada, a su propia madre y a todos nosotros, las únicas palabras que sintetizan toda la tragedia: “Soy Vicente”.
Conclusión
Creo que es esa grieta que abren ambos directores la que nos conmueve, la que intuimos que todo el tiempo nos está rodeando y en la que podemos caer en cualquier momento.
La que los medios de comunicación insisten en sumergirnos y de la que abusan diariamente.
La que nos enfrenta a la incertidumbre y devenires de nuestra realidad cotidiana, la que nos hace sentir tan inseguros y amenazados permanentemente y por eso mismo, nos hace entender que hemos pisado, por fin, tierra firme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario